En
noviembre de 1938, la física alemana Lise Meitner logró identificar
trazas de bario en una muestra de uranio. La presencia de este elemento
sólo se pudo explicar asumiendo que se había producido una fisión
nuclear. El descubrimiento se le adjudicó a Otto Hahn. En enero de 1939,
Niels Bohr redescubriría la fisión en los Estados Unidos. El físico
teórico Julius Robert H. Oppenheimer, tres días después de leer la
conferencia de Bohr, se dio cuenta de que la fisión del átomo produciría
un exceso de neutrones utilizable para construir la bomba concebida por
Szilard.
El proyecto Manhattan: Hiroshima y Nagasaki
A
inicios de la Segunda Guerra Mundial, por tanto, muchos científicos y
gobiernos eran conscientes de la posibilidad de crear un arma nuclear.
Sin embargo, sólo Alemania y Estados Unidos estaban en condiciones de
embarcarse en el proyecto con seriedad. Desde el principio, el programa
alemán estuvo plagado de dificultades, limitaciones y errores,
probablemente por la ausencia de una percepción teórica clara sobre sus
posibilidades. Estados Unidos, en cambio, contaba con los recursos
industriales y los mejores cerebros de su tiempo: Albert Einstein, Leo
Szilard, Robert Oppenheimer, Enrico Fermi, Arthur Compton y muchos más.
Eso les permitió iniciar en secreto el monumental Proyecto Manhattan,
con el objeto de construir bombas atómicas que les otorgaran una ventaja
decisiva en la Segunda Guerra Mundial.
El Proyecto Manhattan les
permitió fabricar al menos tres núcleos experimentales de uranio y
plutonio, pesados y primitivos. El primero de ellos, denominado
simplemente
The Gadget (el
dispositivo), fue detonado en el Desierto Jornada del Muerto de Nuevo
México (Estados Unidos continentales), a las 05:29:45 del 16 de julio de
1945 (hora local). Se trataba de un arma de fisión de plutonio de 19 kt
de potencia. Fue la primera detonación nuclear producida por la especie
humana.
Poco después, los días 6 y 9 de agosto de 1945, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos lanzó desde
bombarderos B-29 sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki. La primera era una bomba por disparo de uranio de
unos 15 kt, llamada Little Boy, y la segunda funcionaba por implosión
de plutonio bajo el nombre Fat Man, con unos 25 kt de potencia. Esto
equivale a la vigésima parte de la potencia de las armas nucleares
actuales, y una milésima de las más potentes desarrolladas durante la
Guerra Fría. Ambas ciudades resultaron aniquiladas instantáneamente, con
un saldo aproximado de entre 150.000 y 220.000 muertos, la gran mayoría
civiles. Un número indeterminado de personas fallecieron con
posterioridad debido a sus heridas y a los efectos de la radiación. Se
ha producido un elevado número de mutaciones en bebés, durante varias
generaciones. Estos hechos, que constituyen el primer y hasta ahora
único uso de armas nucleares en un conflicto real, precipitaron la
capitulación de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Preparativos para la Guerra Termonuclear Total
El
evidente poder que otorgaban estas armas inició una enorme carrera de
armamentos entre las potencias que ya se adivinaban enfrentadas en la
Guerra Fría, tanto con respecto a las armas atómicas en sí mismas como a
los vectores de lanzamiento que permiten llevarlas hasta sus blancos y
los medios técnicos y humanos extensivos, necesarios para operarlas
eficazmente. La Unión Soviética, que venía siguiendo muy estrechamente
el Proyecto Manhattan desde al menos 1943 y había desarrollado ya sus
propias investigaciones en el Instituto Kurchatov, logró detonar una
réplica de la bomba de Nagasaki ("Joe 1") en el polígono de
Semipalatinsk, en la mañana del 29 de agosto de 1949. Sin embargo, la
URSS desarrollaba paralelamente un arma de diseño totalmente propio
("Joe 2") que detonó el 24 de septiembre de 1951, liberando 38 Kt. La
Guerra Fría Nuclear había comenzado. Les siguieron el Reino Unido el 3
de octubre de 1952 ("Operación Hurricane"), Francia el 13 de febrero de
1960 ("Gerboise Bleue") y China, el 16 de octubre de 1964 ("Dispositivo
596").
Simultáneamente a estos acontecimientos, se había vuelto
evidente que existía una manera de desarrollar armas con potencias
mayores por muchos órdenes de magnitud: la fusión nuclear, que imita las
reacciones energéticas de las estrellas. Mediante una segunda fase
compuesta de isótopos del hidrógeno y el litio, Estados Unidos logró
hacer estallar la primera arma termonuclear o bomba de hidrógeno el 1 de
noviembre de 1952 ("Operación Ivy", Islas Marshall). Les siguió la
Unión Soviética menos de un año después, primero con una bomba de fusión
parcial ("Joe 4", 12 de agosto de 1953) y luego con una de fusión
completa. A diferencia de las armas norteamericanas, estas primeras
armas rusas de fusión eran utilizables militarmente, no meros
dispositivos experimentales. Estados Unidos no tendría un arma de fusión
militarizable hasta 1954.
Paralelamente, se libraba otra batalla
entre las superpotencias: la carrera espacial. Además de sus
aplicaciones civiles y científicas, a nadie se le escapó que la
disponibilidad de grandes cohetes espaciales permitiría también
desarrollar misiles pesados de alcance intercontinental, muy superiores a
los bombarderos aéreos utilizados hasta entonces e imposibles de
derribar. Generalmente inspirados en la V2 alemana de la Segunda Guerra
Mundial, estos misiles otorgarían el poder de librar gran número de
armas nucleares contra blancos remotos, situados en otros continentes.
La posibilidad de lanzar bombas atómicas con cohetes había sido evidente
desde el principio, pero no se disponía de vectores grandes y fiables
para hacerlo con eficacia.
R-7 8K72 Vostok exhibido en el Centro Panruso de Exposiciones, variante civil del primer misil balístico intercontinental.
El
primer misil balístico intercontinental verdadero fue el Cohete R-7
soviético (llamado en Occidente SS-6 Sapwood), una variante del mismo
propulsor utilizado para lanzar el Sputnik, la primera nave espacial en
órbita. Podía lanzar una bomba de 3 Mt a 8.800 km de distancia, lo que
le permitía alcanzar los Estados Unidos continentales, Europa y la mayor
parte del Hemisferio Norte. Esta variante militar se probó por primera
vez el 15 de diciembre de 1959. Pronto les siguieron los Titán
norteamericanos de 9 Mt.
Por primera vez en la historia humana,
era posible llevar la devastación más absoluta al corazón del enemigo.
La consciencia de este hecho significó profundas transformaciones en la
mentalidad política y social, por lo general pesimistas y ominosas, y
dio lugar a numerosas novedades culturales y en la civilización.
Militarmente, las armas nucleares adquirieron un carácter igualador que
impedía a cualquier potencia iniciar una guerra contra la otra, sobre
todo desde que su número y prestaciones garantizaron la destrucción
mutua asegurada. Hubo que crear nuevos conceptos, teorías, tácticas y
estrategias para este arma radicalmente distinta, así como formar a
generaciones de técnicos y soldados, y desplegar numerosos equipos
avanzados (desde radares y satélites hasta sistemas novedosos de mando,
control, comunicaciones e inteligencia) para poderlas usar
eficientemente. Esto estimuló el desarrollo de numerosas invenciones,
entre las que cabe incluir Internet (que se deriva de ARPANET, una red
que contaba entre sus capacidades la de ser especialmente resistente a
un ataque nuclear limitado, aunque no fuera su característica esencial).
La aparente inminencia de una guerra nuclear dio alas para la creación
del movimiento pacifista contemporáneo, iniciado por los propios
científicos atómicos, más conscientes que los demás de sus riesgos.
Durante
toda la Guerra Fría ambas potencias y otras menores se amenazaron con
decenas de miles de armas nucleares prestas para disparar, según un
concepto denominado overkill que garantizaba la destrucción total del
enemigo decenas de veces. Hubo varias ocasiones en que estuvieron a
minutos de ser lanzadas, debido a errores o situaciones conflictivas, la
más conocida de las cuales es la Crisis de los misiles de Cuba. Sin
embargo, no fue la única, ni la más grave. Generalmente se considera que
el más peligroso de todos los incidentes sucedió en el entorno de las
maniobras de la OTAN "Able Archer 83", diseñadas en un contexto de
operaciones psicológicas contra la Unión Soviética, que fueron
percibidas por los dirigentes de este país como una amenaza directa
real. Esto llevó a las fuerzas nucleares soviéticas al estado de máxima
alerta durante semanas, mientras en Occidente se tenía una falsa
impresión de tranquilidad, por lo que incluso un incidente menor podría
haber disparado la respuesta nuclear. Poco antes había sucedido el
Incidente del equinoccio de otoño, donde las fuerzas nucleares
soviéticas pudieron estar a escasos minutos del lanzamiento, lo que
contribuyó a tensar la situación aún más.
Situación actual
Este
grado de peligro y tensión dio lugar a numerosos tratados, tratando de
limitar su despliegue y efectos, aunque con resultados variables debido a
la tensión política entre los grandes bloques, pero logrando su
objetivo. Aunque el número de armas nucleares listas para disparar y su
nivel de alerta ha descendido considerablemente, éstas siguen
conformando la columna vertebral y primera garantía de seguridad en
muchos países industrializados del mundo. Tales reducciones se han
traducido en un "olvido" social de esta amenaza mientras se favorecía el
temor hipotético de que tales armas acaben en poder de grupos
terroristas, sobre todo desde algunos gobiernos y medios de
comunicación.
Si bien el peligro de guerra nuclear entre naciones
persiste gravemente, existen serias dudas sobre las posibilidades
reales de un grupo terrorista para hacerse con un arma atómica. Además
de la dificultad para apoderarse de componentes esenciales de la misma, o
de un arma completa, se trata de un sistema tecnológicamente complejo
con exigencias de mantenimiento y operación poco compatibles con la
naturaleza clandestina e irregular de las organizaciones terroristas.
Sólo la reposición y reforja de los componentes radiactivos —que van
decayendo conforme avanza su vida media— requieren una infraestructura
tecnológica e industrial únicamente al alcance de Estados o grandes
corporaciones privadas. El resultado es que nunca se ha detectado un
arma nuclear o componentes sustanciales de la misma en manos de un grupo
terrorista, ni tampoco la voluntad clara de poseerlas.